La fantasía neodirigista iniciada en 2002 ha llegado a su fin. La crisis autoprovocada por décadas de populismo demagógico sumada a la crisis internacional nos han llevado a la pobreza y la desesperanza.
El Gobierno frente a los males causados por el populismo, propone un "megaplan" con más populismo, inútil para conjurar la crisis.
El blanqueo, la moratoria y los préstamos baratos, no son remedios idóneos para el aluvión de pobreza que estamos enfrentando. Las medidas del plan, constituyen otro atentado contra nuestras instituciones ya en ruinas. Argentina parece un enfermo de cáncer que se preocupa de la blancura de sus dientes.
La dirigencia argentina debe aconsejar al Gobierno para que salgamos rápidamente del programa en que estamos embarcados, bajo pena de grandes e inútiles sufrimientos. Hoy, en medio de una crisis y en vísperas de otra peor, Argentina gracias a los precios internacionales, que siguen siendo altos pese a la notable caída, tiene la oportunidad de volver a ser un gran país y cambiar sesenta años de frustración y decadencia.
Desde hace muchos años que los argentinos como los adolescentes preferimos las fantasías a la realidad, las "vivezas cambiarias," al duro y adusto respeto a las instituciones. La tablita de Martínez de Hoz, la convertibilidad, y el superdólar han sido "vivezas"que inventamos los argentinos para eludir el sacrificio de cumplir la Ley. Ahora llegó el fin del superdólar, la viveza cambiaria iniciada con la crisis de 2001.
Justo es decir que esta vez no nos hemos privado de nada: Hemos perdido la república, el poder ejecutivo manda en lugar de administrar y el derecho se ha vuelto imprevisible.
Hemos devaluado, destruyendo el patrimonio de los particulares y quebrado la confianza externa con el default.
Nos hemos aislado del mundo, maltratando a todo aquel que hubiese osado invertir en nuestro país. Nos hemos convertido en una pequeña provincia, aliada con los marginales de occidente.
Se destruyeron y desvirtuaron los servicios públicos privatizados, la infraestructura pública ha retrocedido a niveles anteriores a los noventa.
La energía, los combustibles, la comida, los transportes y casi todos los bienes de subsistencia, están sometidos a un galimatías de subsidios, precios máximos y prohibiciones de exportar que eliminan toda posibilidad de inversión.
El gasto público consolidado ha crecido como un hongo junto con la presión tributaria y la inflación.
El agro argentino, último baluarte por su altísima tecnología y productividad también ha caído por la voracidad del gasto público, que ayer devoró los fondos de los jubilados.
Los precios han aumentado al ritmo incesante de la creación de moneda y tenemos una de las inflaciones más altas del planeta.
Más allá del resultado de las luchas, hay una crisis federal que hace a la existencia de Argentina.
La indigencia y la inseguridad son las horrorosas confirmaciones del fracaso del populismo.
La actividad económica se ha paralizado, como la naturaleza antes de la tempestad.
Los argentinos sabemos que la realidad no tardará en aparecer, que nos espera la "puerta 12".
La fábula del crecimiento "chino" ha terminado. Ha comenzado la época de la pobreza "africana"
Pese al panorama que nos dejan décadas de demagogia, nuestro país tiene hoy la oportunidad de salir de la ciénaga populista y retomar la senda que abandono hace más de sesenta años.
El Verdadero Plan del Bicentenario
En lugar de "megaplanes" que seguramente no podrán cumplirse, Argentina debe concentrarse en un verdadero Plan del Bicentenario: la restauración de sus instituciones arruinadas.
La dirigencia argentina debe exigirles a todos los políticos un "plan mínimo de regularización institucional."
Lo primero es restablecer la república representativa y federal, perdida en las normas inconstitucionales, derogando la ley de emergencia económica, la de Consejo de la Magistratura, la que regula los decretos de necesidad y urgencia, prohibiendo las listas sábana, coparticipando todos los impuestos y eliminando todos los monstruos normativos.
Los argentinos debemos entender que el gran protagonista de la sociedad es cada uno de nosotros, que el Estado es sólo un medio para que los individuos realicen su destino y que cuando los Gobiernos convierten al Estado en un fin en sí atentan contra nuestra libertad y nuestro bienestar.
Debemos aceptar que mucho más de la mitad del mundo se rige por el sistema capitalista de producción que exige solidez institucional y seguridad jurídica y que si nos seguimos resistiendo a estas reglas sucumbiremos en la pobreza espiritual y material. ¿No es suficiente evidencia nuestro empobrecimiento?
El objetivo es volver a ser un país con libertad económica, precios, tarifas y tipo de cambio fijados por la oferta y demanda, presión tributaria razonable.
Es imprescindible que el Estado deje de asignar recursos como un dictador en emergencia y producir un paulatino descenso del gasto público, acompañando el crecimiento del sector privado.
Debemos restablecer nuestra relación con el mundo y terminar los arbitrajes internacionales ofreciendo soluciones que privilegien las inversiones.
Debe liberarse al campo de toda atadura eliminando las retenciones y permitir que explote al máximo sus posibilidades, desgravando la renta reinvertida.
Para crecer al límite de lo posible se debe abrir el mercado de capitales para que el sector privado desarrolle las obras para regular las cuencas hidrológicas y reconstruir los caminos rurales, con la inversión desgravada del propio sector rural.
Como en el siglo XIX, afluirán inversiones tanto domésticas como extranjeras dirigidas a construir la enorme infraestructura que se requiere. Ferrocarriles, puertos, dragados, caminos, comunicaciones, escuelas, hospitales, un país entero por hacer, que dará trabajo a todos los argentinos que quieran construirlo. Trabajo digno en vez de dádivas del "Estado Bueno".
Todos sabemos que estamos en el límite de la pobreza. Cruzado este umbral será difícil volver.
La obligación patriótica de la clase dirigente es ayudar a la sociedad y al Gobierno a salir del neodirigismo y a encontrar el verdadero camino del Bicentenario.
El Gobierno frente a los males causados por el populismo, propone un "megaplan" con más populismo, inútil para conjurar la crisis.
El blanqueo, la moratoria y los préstamos baratos, no son remedios idóneos para el aluvión de pobreza que estamos enfrentando. Las medidas del plan, constituyen otro atentado contra nuestras instituciones ya en ruinas. Argentina parece un enfermo de cáncer que se preocupa de la blancura de sus dientes.
La dirigencia argentina debe aconsejar al Gobierno para que salgamos rápidamente del programa en que estamos embarcados, bajo pena de grandes e inútiles sufrimientos. Hoy, en medio de una crisis y en vísperas de otra peor, Argentina gracias a los precios internacionales, que siguen siendo altos pese a la notable caída, tiene la oportunidad de volver a ser un gran país y cambiar sesenta años de frustración y decadencia.
Desde hace muchos años que los argentinos como los adolescentes preferimos las fantasías a la realidad, las "vivezas cambiarias," al duro y adusto respeto a las instituciones. La tablita de Martínez de Hoz, la convertibilidad, y el superdólar han sido "vivezas"que inventamos los argentinos para eludir el sacrificio de cumplir la Ley. Ahora llegó el fin del superdólar, la viveza cambiaria iniciada con la crisis de 2001.
Justo es decir que esta vez no nos hemos privado de nada: Hemos perdido la república, el poder ejecutivo manda en lugar de administrar y el derecho se ha vuelto imprevisible.
Hemos devaluado, destruyendo el patrimonio de los particulares y quebrado la confianza externa con el default.
Nos hemos aislado del mundo, maltratando a todo aquel que hubiese osado invertir en nuestro país. Nos hemos convertido en una pequeña provincia, aliada con los marginales de occidente.
Se destruyeron y desvirtuaron los servicios públicos privatizados, la infraestructura pública ha retrocedido a niveles anteriores a los noventa.
La energía, los combustibles, la comida, los transportes y casi todos los bienes de subsistencia, están sometidos a un galimatías de subsidios, precios máximos y prohibiciones de exportar que eliminan toda posibilidad de inversión.
El gasto público consolidado ha crecido como un hongo junto con la presión tributaria y la inflación.
El agro argentino, último baluarte por su altísima tecnología y productividad también ha caído por la voracidad del gasto público, que ayer devoró los fondos de los jubilados.
Los precios han aumentado al ritmo incesante de la creación de moneda y tenemos una de las inflaciones más altas del planeta.
Más allá del resultado de las luchas, hay una crisis federal que hace a la existencia de Argentina.
La indigencia y la inseguridad son las horrorosas confirmaciones del fracaso del populismo.
La actividad económica se ha paralizado, como la naturaleza antes de la tempestad.
Los argentinos sabemos que la realidad no tardará en aparecer, que nos espera la "puerta 12".
La fábula del crecimiento "chino" ha terminado. Ha comenzado la época de la pobreza "africana"
Pese al panorama que nos dejan décadas de demagogia, nuestro país tiene hoy la oportunidad de salir de la ciénaga populista y retomar la senda que abandono hace más de sesenta años.
El Verdadero Plan del Bicentenario
En lugar de "megaplanes" que seguramente no podrán cumplirse, Argentina debe concentrarse en un verdadero Plan del Bicentenario: la restauración de sus instituciones arruinadas.
La dirigencia argentina debe exigirles a todos los políticos un "plan mínimo de regularización institucional."
Lo primero es restablecer la república representativa y federal, perdida en las normas inconstitucionales, derogando la ley de emergencia económica, la de Consejo de la Magistratura, la que regula los decretos de necesidad y urgencia, prohibiendo las listas sábana, coparticipando todos los impuestos y eliminando todos los monstruos normativos.
Los argentinos debemos entender que el gran protagonista de la sociedad es cada uno de nosotros, que el Estado es sólo un medio para que los individuos realicen su destino y que cuando los Gobiernos convierten al Estado en un fin en sí atentan contra nuestra libertad y nuestro bienestar.
Debemos aceptar que mucho más de la mitad del mundo se rige por el sistema capitalista de producción que exige solidez institucional y seguridad jurídica y que si nos seguimos resistiendo a estas reglas sucumbiremos en la pobreza espiritual y material. ¿No es suficiente evidencia nuestro empobrecimiento?
El objetivo es volver a ser un país con libertad económica, precios, tarifas y tipo de cambio fijados por la oferta y demanda, presión tributaria razonable.
Es imprescindible que el Estado deje de asignar recursos como un dictador en emergencia y producir un paulatino descenso del gasto público, acompañando el crecimiento del sector privado.
Debemos restablecer nuestra relación con el mundo y terminar los arbitrajes internacionales ofreciendo soluciones que privilegien las inversiones.
Debe liberarse al campo de toda atadura eliminando las retenciones y permitir que explote al máximo sus posibilidades, desgravando la renta reinvertida.
Para crecer al límite de lo posible se debe abrir el mercado de capitales para que el sector privado desarrolle las obras para regular las cuencas hidrológicas y reconstruir los caminos rurales, con la inversión desgravada del propio sector rural.
Como en el siglo XIX, afluirán inversiones tanto domésticas como extranjeras dirigidas a construir la enorme infraestructura que se requiere. Ferrocarriles, puertos, dragados, caminos, comunicaciones, escuelas, hospitales, un país entero por hacer, que dará trabajo a todos los argentinos que quieran construirlo. Trabajo digno en vez de dádivas del "Estado Bueno".
Todos sabemos que estamos en el límite de la pobreza. Cruzado este umbral será difícil volver.
La obligación patriótica de la clase dirigente es ayudar a la sociedad y al Gobierno a salir del neodirigismo y a encontrar el verdadero camino del Bicentenario.
Julio Cesar Crivelli