lunes, 11 de agosto de 2008

La caída de los aviones

La caída de un avión tiene inmediata y tremenda repercusión pública. Recuerdo la impresión por el accidente, me cuesta mucho decir accidente, del avión de LAPA en Buenos Aires, o el otro de TAM, en San Pablo en 2007. Podrían citarse innumerables. La tragedia de los Andes es sin duda el más impactante.

La caída de una empresa de aeronavegación produce sensaciones parecidas. Desde luego que no puede compararse la pérdida irrecuperable de vidas con la de bienes o puestos de trabajo, pero el cierre de una empresa de la envergadura de una línea aérea deja una marca profunda en la sociedad.

Aerolíneas Argentinas suscita entre los argentinos esa sensación de pérdida irreparable que debe ser evitada a toda costa. Una empresa que acumula pérdidas por U$s900 millones evidentemente funciona mal. Que las causas de ese mal funcionamiento radiquen en la escasa adaptibiidad de la empresa producto de la existencia de siete gremios, cada uno con sus justos reclamos, precios del combustible en alza, creciente competencia, mercados regulados y cerrados, tarifas artificiales es importante para quienes deben gerenciar la compañía, pero lo es en un sentido muy diferente para quienes ejercen el gobierno de los intereses públicos.

Existe una creciente opinión que apoya y exige que el estado argentino se haga cargo de la compañía. Pues la Argentina no debe carecer de una línea de bandera. No se muy bien de que se trata que haya una línea de bandera. Para los pasajeros se trata apenas de volar, de partir a horario, y llegar a horario. De tener las adecuadas condiciones de seguridad, precios accesibles y un servicio de a bordo confortable que brinde una experiencia grata. Cualquiera de estas cosas pueden ser provistas y contratadas en cualquier compañía, independientemente del origen de sus capitales. Lufthansa, Air France, British, Swissair, KLM, Malassian, Pluna, LAN, las hay infinitas. ¿Cuál es la necesidad de la existencia de AA? Ninguna.

Personalmente me encantaría que existiera una AA sana, potente que llegue a la mayor cantidad de destinos posibles, que sirviera de embajada, difusión de marca país, ejemplo de cordialidad y eficiencia. Pero nada de esto es cosa que no pueda proveer un empresario privado. Argentino, de mi preferencia, pero que se haga cargo de sus aciertos y de sus errores. Y eso significa que deberá invertir, y prestar satisfacción a los pasajeros, pues si así no lo hiciere sería condenado con la desaparición, simplemente los pasajeros eligirían volar por otra compañía.

Pero no, la desaparición de la empresa no está entre las alternativas. Se acepta alegremente que el estado nacional se haga cargo de su operación, pero también de su deuda. ¿Por qué habrían de ser los ciudadanos argentinos que no vuelan los que paguen mediante sus impuestos el rescate de los desaciertos o desfalcos de otros? ¿Por qué habrían de pagar los que no vuelan la diferencia entre lo que el pasaje debería costar y lo que cuesta? ¿Por qué deberían ser los niños del interior del Chaco, de Salta, de La Quiaca, los que no tengan escuelas, y vivan entre vinchucas y sin futuro pues el dinero del erario público se usó para rescatar la "linea de bandera" en lugar de haber sido usado para rescatar del olvido a esos postergados de siempre?

Por mí, que se caiga Aerolíneas. ¿Que las fuentes de trabajo? Que se busquen un trabajo! Creo que sería muy saludable para los empleados de Aerolíneas comprender que si no hacen lo necesario, si no cuidan al pasajero, la empresa fracasa y cierra y el empleo desaparece.

Sacrílego? Cuando la desregulación del mercado norteamericano se llevó puestas a Braniff, Pan Am, Eastern alguien puede haber pensado que era un desastre, que los pasajeros iban a quedar varados. Bien, nada de eso sucedió. Otras empresas, que significa otros actores, otras relaciones aparecieron y ocuparon el nicho comercial que habían dejado las empresas desaparecidas. Los puestos de trabajo se crearon nuevamente, las condiciones laborales, contractuales, los compromisos recíprocos habían cambiado, adecuándose a las exigencias de la competencia y de las preferencias de los pasajeros. Todo el sistema se había tornado más eficiente, mayor cantidad de personas viajan actualmente a menores precios, con servicios más confortables, y condiciones de seguridad mucho más confiables. El índice de accidentes aéreos cayó en picada.

El salvataje de AA es un error conceptual y una carga absurda para la sociedad. La desregulación del mercado de aeronavegación y aeropuertario permitiría por el contrario que cualquier empresa ofreciera el servicio que considerare sustentable. Podrían aparecer vuelos entre Lima y Salta, entre Asunción y Córdoba, o entre Rosario y París. Pero podrían aparecer también vuelos entre Chivilcoy y Gualeguachú, o entre Neuquén y Rio Cuarto. Cualquier alternativa sería posible. Pequeños aviones, pequeños aeródromos podrían albergar pequeñas compañías que satisficieren las necesidades específicas del transporte de carga y personas, entre localidades que hoy están prácticamente aisladas.

¿Qué surgirían problemas producto del incremento del tráfico aéreo? Naturalmente, y serían fuentes de trabajo para quienes estuvieran en condiciones de resolverlos. Y serían fuentes de trabajo para pilotos, despachantes, aeromozas, controladores, mecánicos, electrónicos, estibadores, inimaginables puestos de trabajo.

Pero cualquier tentativa en este sentido es abortada inmediatamente en nombre de qué?, de la defensa de los puestos de trabajo.

Será de los puestos de los sindicalistas que verían su propia inutilidad dejarlos afuera del negocio. Será de los políticos que quedarían fuera de la transa de la regulación, el otorgamiento de privilegios, el mantenimiento de los monopolios.

Pero sin ninguna duda no podría argumentarse que sería en defensa de los que lo único que ven volar son las chapas de los techos de sus casas y escuelas en el interior olvidado.
Ruy Gonzalo Martínez Allende

No hay comentarios: