miércoles, 21 de enero de 2009

El verdadero plan de bicentenario

La fantasía neodirigista iniciada en 2002 ha llegado a su fin. La crisis autoprovocada por décadas de populismo demagógico sumada a la crisis internacional nos han llevado a la pobreza y la desesperanza.
El Gobierno frente a los males causados por el populismo, propone un "megaplan" con más populismo, inútil para conjurar la crisis.
El blanqueo, la moratoria y los préstamos baratos, no son remedios idóneos para el aluvión de pobreza que estamos enfrentando. Las medidas del plan, constituyen otro atentado contra nuestras instituciones ya en ruinas. Argentina parece un enfermo de cáncer que se preocupa de la blancura de sus dientes.
La dirigencia argentina debe aconsejar al Gobierno para que salgamos rápidamente del programa en que estamos embarcados, bajo pena de grandes e inútiles sufrimientos. Hoy, en medio de una crisis y en vísperas de otra peor, Argentina gracias a los precios internacionales, que siguen siendo altos pese a la notable caída, tiene la oportunidad de volver a ser un gran país y cambiar sesenta años de frustración y decadencia.
Desde hace muchos años que los argentinos como los adolescentes preferimos las fantasías a la realidad, las "vivezas cambiarias," al duro y adusto respeto a las instituciones. La tablita de Martínez de Hoz, la convertibilidad, y el superdólar han sido "vivezas"que inventamos los argentinos para eludir el sacrificio de cumplir la Ley. Ahora llegó el fin del superdólar, la viveza cambiaria iniciada con la crisis de 2001.
Justo es decir que esta vez no nos hemos privado de nada: Hemos perdido la república, el poder ejecutivo manda en lugar de administrar y el derecho se ha vuelto imprevisible.
Hemos devaluado, destruyendo el patrimonio de los particulares y quebrado la confianza externa con el default.
Nos hemos aislado del mundo, maltratando a todo aquel que hubiese osado invertir en nuestro país. Nos hemos convertido en una pequeña provincia, aliada con los marginales de occidente.
Se destruyeron y desvirtuaron los servicios públicos privatizados, la infraestructura pública ha retrocedido a niveles anteriores a los noventa.
La energía, los combustibles, la comida, los transportes y casi todos los bienes de subsistencia, están sometidos a un galimatías de subsidios, precios máximos y prohibiciones de exportar que eliminan toda posibilidad de inversión.
El gasto público consolidado ha crecido como un hongo junto con la presión tributaria y la inflación.
El agro argentino, último baluarte por su altísima tecnología y productividad también ha caído por la voracidad del gasto público, que ayer devoró los fondos de los jubilados.
Los precios han aumentado al ritmo incesante de la creación de moneda y tenemos una de las inflaciones más altas del planeta.
Más allá del resultado de las luchas, hay una crisis federal que hace a la existencia de Argentina.
La indigencia y la inseguridad son las horrorosas confirmaciones del fracaso del populismo.
La actividad económica se ha paralizado, como la naturaleza antes de la tempestad.
Los argentinos sabemos que la realidad no tardará en aparecer, que nos espera la "puerta 12".
La fábula del crecimiento "chino" ha terminado. Ha comenzado la época de la pobreza "africana"
Pese al panorama que nos dejan décadas de demagogia, nuestro país tiene hoy la oportunidad de salir de la ciénaga populista y retomar la senda que abandono hace más de sesenta años.

El Verdadero Plan del Bicentenario

En lugar de "megaplanes" que seguramente no podrán cumplirse, Argentina debe concentrarse en un verdadero Plan del Bicentenario: la restauración de sus instituciones arruinadas.
La dirigencia argentina debe exigirles a todos los políticos un "plan mínimo de regularización institucional."
Lo primero es restablecer la república representativa y federal, perdida en las normas inconstitucionales, derogando la ley de emergencia económica, la de Consejo de la Magistratura, la que regula los decretos de necesidad y urgencia, prohibiendo las listas sábana, coparticipando todos los impuestos y eliminando todos los monstruos normativos.
Los argentinos debemos entender que el gran protagonista de la sociedad es cada uno de nosotros, que el Estado es sólo un medio para que los individuos realicen su destino y que cuando los Gobiernos convierten al Estado en un fin en sí atentan contra nuestra libertad y nuestro bienestar.
Debemos aceptar que mucho más de la mitad del mundo se rige por el sistema capitalista de producción que exige solidez institucional y seguridad jurídica y que si nos seguimos resistiendo a estas reglas sucumbiremos en la pobreza espiritual y material. ¿No es suficiente evidencia nuestro empobrecimiento?
El objetivo es volver a ser un país con libertad económica, precios, tarifas y tipo de cambio fijados por la oferta y demanda, presión tributaria razonable.
Es imprescindible que el Estado deje de asignar recursos como un dictador en emergencia y producir un paulatino descenso del gasto público, acompañando el crecimiento del sector privado.
Debemos restablecer nuestra relación con el mundo y terminar los arbitrajes internacionales ofreciendo soluciones que privilegien las inversiones.
Debe liberarse al campo de toda atadura eliminando las retenciones y permitir que explote al máximo sus posibilidades, desgravando la renta reinvertida.
Para crecer al límite de lo posible se debe abrir el mercado de capitales para que el sector privado desarrolle las obras para regular las cuencas hidrológicas y reconstruir los caminos rurales, con la inversión desgravada del propio sector rural.
Como en el siglo XIX, afluirán inversiones tanto domésticas como extranjeras dirigidas a construir la enorme infraestructura que se requiere. Ferrocarriles, puertos, dragados, caminos, comunicaciones, escuelas, hospitales, un país entero por hacer, que dará trabajo a todos los argentinos que quieran construirlo. Trabajo digno en vez de dádivas del "Estado Bueno".
Todos sabemos que estamos en el límite de la pobreza. Cruzado este umbral será difícil volver.
La obligación patriótica de la clase dirigente es ayudar a la sociedad y al Gobierno a salir del neodirigismo y a encontrar el verdadero camino del Bicentenario.
Julio Cesar Crivelli

Declaración de principios para el nuevo partido Liberal

El hombre nace con ciertos derechos que derivan de su naturaleza humana: a la vida, a la libertad, a la propiedad, a buscar la felicidad y a resistir que sus derechos le sean conculcados.
Estos derechos se deben ejercer de manera de no colisionar con los de los demás seres humanos.
El derecho a la vida es absoluto y nadie puede ser privado de la misma por otro hombre o grupo de hombres.
La libertad tiene como correlato la responsabilidad.
La propiedad es un derecho humano que, combinado con la libertad de contratar, es el motor principal de la acción humana.
El derecho de propiedad debe ser mantenido y defendido como inherente a la persona y procurando que el mismo se extienda al mayor número, porque es factor principal de la prosperidad nacional.
Las acciones derivadas del ejercicio de estos derechos no deben vulnerar los derechos de otro.
Tener un derecho significa que no se puede ser privado de él; no que alguien debe proporcionarlo.
El ser humano es la base de la sociedad y la acción de gobierno debe dirigirse a priorizar sus derechos.
La familia es preexistente al estado.
El municipio es el ámbito donde primero se realiza el hombre en sociedad.
Las relaciones entre los hombres deben ser voluntarias. Repudiamos el uso de la fuerza contra aquéllos que no la han usado.
El estado debe asegurar que el ejercicio de estos derechos no se haga lesionando los de otros seres humanos.
El estado, así como funciona jurídicamente con la libertad cedida por los individuos, debe hacerlo materialmente con los recursos que éstos acuerden cederle.
El gobierno de la ley está por encima del gobierno de los hombres.
Los comportamientos corporativos, por más arraigados que estén en la cultura, son causa de la falta de progreso. Una sana competencia debe reemplazar los monopolios.
La política debe ser un medio para conseguir el bienestar del pueblo y no un fin para engrosar el patrimonio de quienes la ejercen.
En una democracia, el soberano es el pueblo y todos los hombres son iguales ante la ley. El soberano delega las decisiones de gobierno en asambleas de representantes. En su seno las decisiones son tomadas por los mismos; pero éstos deben luego rendir cuentas ante sus representados. Los representantes tienen obligaciones y no derechos. Deben responder ante los representados por sus actos.
Los votantes deben poder elegir libremente a los candidatos y deben conocer a quién están votando. Deben estimularse los sistemas electorales que así lo promuevan.
Nadie puede arrogarse el monopolio de la representación de los ciudadanos.
Los ciudadanos deben ser juzgados por sus pares.
La aplicación de un castigo proporcional al delito es imprescindible para que exista la certeza de que siempre se hace justicia.
Las leyes y su aplicación deben estar al alcance del entendimiento de todos los habitantes. Al promulgárselas, debe dárseles abundante difusión popular.
Las reglas económicas de la Nación deben ser equitativas para todos, premiando el trabajo y la producción.

La visión...
Primera fuerza política de Argentina con ciento de miles de afiliados en todo el País. Con alta eficacia en la implementación de sus ideas y valores mediante mecanismos políticos republicanos y democráticos. Reconocida mundialmente por la calidad de su funcionamiento institucional, el apego a sus ideales y valorada como garante de los derechos individuales, la vida, la libertad, la paz y el progreso.

La misión...
Contribuir al surgimiento y desarrollo de ciudadanos honestos e idóneos, capaces de defender mediante el poder político las ideas de república, democracia, derechos individuales, justicia independiente, federalismo, respeto y acceso a la propiedad privada, impuestos moderados y acceso a educación de excelencia para todos.

Promover ideas y propuestas basadas en dichos principios, dirigidas a ampliar los paradigmas del debate en políticas públicas y el adecuado rol del gobierno y apuntadas a mejorar la vida de los ciudadanos argentinos.
Martín M. Frangioli